miércoles, 7 de octubre de 2015

A 29 años del “Reign in blood”, el apocalipsis sonoro sigue siendo el mismo

1986 fue un año en que el thrash estaba rindiendo sus mejores frutos. Si echamos un vistazo en retrospectiva recordemos que fue el año en que Metallica lanza una de sus grandes obras maestras como “Master of puppets” y un año antes Exodus sorprendió al mundo con el devastador “Bonded by blood”, un álbum que a estas alturas es considerado como el extracto puro de lo que este género representó a mediados de los ochenta.
Y si bien Slayer ya había dado un gran golpe de cátedra en el estilo con su álbum de 1985 “Hell awaits” o con el EP de 1984 “Haunting the chapel”, fue el clásico “Reign in Blood” (editado hace exactamente 29 años) el que los consolidó como uno de los principales referentes del movimiento, haciendo un álbum de thrash verdaderamente impactante, de un linaje agresivo, directo, nutrido de una oscuridad realmente siniestra en sus letras y que logró que no pasara mucho tiempo desde su lanzamiento para que causara el delirio de las hordas de fans del metal que cayeron rendidos a sus pies.
“Reign in blood” estuvo marcado por una de las sociedades que más han perdurado en el género entre banda y productor, pues es el -ya a esta altura- reconocido y exitoso productor Rick Rubin sería quien los reclutaría en su sello que llevaba poco de haberse fundado: hablamos de Def Jam Records, sello insigne de los ’90’s no sólo para Slayer, sino que para muchas bandas del circuito del rock y el metal durante esa década.
El disco, claramente nutrido de una lírica oscura, tachada de satánica por muchos sectores, no sólo iba a ser controvertido por esas temáticas que eran parte del concepto de Slayer, y que bien habían sido patentadas en “Hell awaits”, sino que también en esta oportunidad Slayer puso en el tapete el tema del holocausto, principalmente en esa inconmensurable muestra de riffs y poder de la apertura: “Angel of death”, el tema que más que nada daba a conocer acerca del “carnicero” alemán Josef
Mengele y sus abominables prácticas con los experimentos con los cuerpos de los niños judíos en los campos de concentración de Auschwitz en la época de la Segunda Guerra Mundial, tema que a través de los años Slayer ha tenido que defender justamente replicando aquello: contar la historia de uno de los personajes más siniestros de la historia, sin adularlo ni celebrar sus acciones. Por lo demás, las temáticas que han caracterizado a Slayer de alguna forma sopesarían lo que todo el mundo puso en tela de juicio en algún momento, acá había canciones que daban cuenta de la violencia, los asesinatos en serie, o el cuestionamiento de las religiones entre muchos otros tópicos, sin ser absolutamente necesario recurrir a la adoración del diablo en sus letras directamente. Slayer se confrontaba a sí mismo con las críticas de sectores religiosos pero también tuvo fundamentos en donde apoyarse para demostrar lo contrario.
La mano de Rick Rubin fue de vital importancia, el sonido un poco sucio de sus anteriores placas quedó de lado en pos de una absoluta recarga de poder, en que de algunas forma sonaban más limpios, lo cual no quitaba lo incendiario y devastador del álbum, fue una nueva etapa en que Slayer gracias al trabajo de Rubin estaba redefiniendo su propio estilo, desmarcándose de la media sónica de aquellos años y solventando un sonido que los vería llegar al trono de honor de las bandas del género.
Las canciones hablan por sí solas, dejando fuera la atropelladora “Angel of death”, aparecieron temas que ya son piezas clásicas de la banda de este vital registro hecho por estos cuatro músicos infernales: “Piece by piece”, “Criminally insane” o “Necrophobic”, donde la rapidez en la ejecución y la perfecta sincronización entre la demoledora impronta en la batería de un sólido Dave Lombardo conjugado con los más asesinos riffs sin tregua de Kerry King y Jeff Hanneman, aunarían todo este ambiente incendiario y brutal, como pocos vistos hasta la fecha.
Los riffs de canciones como “Postmortem” o “Raining blood” de alguna forma fueron más elaborados que lo hecho hasta la fecha, pero empataban con el concepto del álbum de forma perfecta, es un disco donde no sobra ni falta nada, si bien hay canciones que fueron sobresalientes, no hay ninguna que se quede corta.
Fueron canciones de tiempos cortos, directas, en su poca duración cada una entregaba mucho. Había tiempo para brutales marchas, la inclusión de esos oscurísimos solos de guitarra pareciesen que
viniesen del mismísimo infierno. Slayer en un poco más de 30 minutos dejaba las cosas claras y, dicho sea de paso, se matriculó con una de las obras más influyentes del estilo. El propio Kerry King ha dejado claro que es una obra que se separa un poco del resto de la discografía de Slayer y que volver a repetir algo parecido es prácticamente imposible.
Es la vulgar demostración de poder de Slayer, no es para nada raro que le hayan dedicado años más tarde un DVD completo llamado “Still reigning” (2004), donde tocaron el álbum en su integridad y también no es raro que muchas canciones de su repertorio actual en sus actuaciones en directo sean de este álbum. Una obra maestra del thrash en su néctar más puritano, que desata la más bestial de las furias y que sigue siendo un referente para las nuevas generaciones del metal.

                                                                                                                (Fuente: www.nacionrock.com)

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